LA TAREA NUNCA ACABA

Juan Alfonso Mejía
Dr. En Ciencia Política
Activista social a favor de la educación

Al crimen organizado no se le combate con balas, sino con oportunidades. Las oportunidades que la sociedad “civilizada” no les ofrezcamos, los narcotraficantes vendrán a ofrecérselas. El pasado 5 de enero atestiguamos, una vez más, del involucramiento de menores en actividades ilícitas. Más de alguno se sorprende porque nos sorprende, porque nos indigna, porque nos enferma. La violencia esta normalizada entre nosotros, a tal grado que, ver a niños y jóvenes formar parte de un grupo armado es cosa de todos los días. Pero, y a todo esto, ¿tenemos alguna de idea de por qué lo hacen?

En mi columna de la semana pasada titulada “la Intifada mexicana”, señalé la enorme similitud entre Palestina y México (https://www.noroeste.com.mx/colaboraciones/la-intifada-mexicana-KI3219862). En ambos países se utiliza a niños y jóvenes como muros de contención en el conflicto armado, con la enorme diferencia que en el primer caso se habla de un país en guerra durante los últimos 60 años, y del segundo alguna vez se llegó a decir que era la décimo tercera economía del mundo.

Los distintos enfrentamientos del crimen organizado, entre ellos o con la autoridad, confirman un proceso de reclutamiento cada vez a más temprana edad entre los nuevos miembros de la organización. Las razones pueden ser múltiples, pero hay una que no escapa a la realidad. Las aspiraciones de nuestros “plebes” se limitan a “sobrevivir”, en algunos casos o a “acumular”, en otros.

Lo que a muchos nos indigna o causa dolor, a otros molesta. El malestar de aquél sobreviviente proviene de la pérdida de esperanza por un futuro mejor. Consientes o no de esa posibilidad, se esfumó un sueño, el sueño de la escuela.

La escuela solía ser un igualador social, pero en algún punto lo perdimos. Ir a la escuela, ganar un título de técnico en refrigeración, en mecánica o universitario, dejó de tener peso. ¿Para qué estudio, si terminaré en otra cosa porque no hay trabajo o porque me pagan una miseria? El sueño de la movilidad social mexicana herido de muerte.

En pocas palabras, la crudeza de las imágenes de Culiacán como las de Guerrero, Puerto Vallarta, Pátzcuaro y tanto otros, nos obligan a preguntarnos: ¿qué tanto de ese malestar social proviene de perder a la escuela como instrumento de transformación social? Creo que más de lo que imaginamos.

Recurrentemente suelen preguntarme, “¿qué tipo de escuela sueño, como las de Finlandia con el sistema de promoción de sus docentes, como las de Corea y su autonomía Escolar, como las de Singapur y su curriculum incluyente?” Sueño con escuelas que transformen su contexto, ése que las y los niños tienen afuera de su casa. Nada más. No son las escuelas de Europa, de Estados Unidos o de Asia, son las escuelas en la esquina de tu colonia.

Me niego a creer que todo está perdido. Más aun, viendo en las escuelas una solución y no un problema. A continuación, enuncio tres momentos en donde una intervención adecuada y a tiempo de la escuela hace toda la diferencia.

En el origen. Las y los niños que no cuentan con una educación inicial o preescolar están condenados a cargar toda su vida con una desventaja en términos de aprendizaje. Durante los primeros seis años de vida se desarrolla 90% de las habilidades motrices, intelectuales, emocionales y se detectan condiciones como la de autismo. Quién no asiste a una guardería, estancia infantil o preescolar corre el riesgo de ver como una diferencia social, sin importar lo alarmante que sea, se convierte en un muro infranqueable. Sus condiciones para aprender son desiguales y de ahí para toda la vida.
La trayectoria. Los sistemas educativos están concentrados en métricas, no en las personas. En lugar de poner atención a las condiciones de vida, se interesan en las cifras. No buscan las trayectorias personales, sino en las tasas de absorción. Mientras el interés sea en cumplir con la estadística, nunca centraremos nuestra atención en el acompañamiento. Muchos jóvenes quieren, pero no saben cómo; muchos profes están decididos, pero se sienten coartados; los padres pueden estar dispuestos, pero no saben qué les toca. La respuesta está en hacer de la persona la unidad de medición perfecta; entender las barreras que una persona enfrenta para aprender, hace toda la diferencia. Entonces, si de 10 alumnos que entran a primaria sólo 5 salen de prepa, es urgente entender las barreras que ellas y ellos enfrentan para seguir adelante. No los dejemos solos.
La revancha. Aquellos que terminan abandonando no lo hacen porque quisieron, sino porque el sistema los abandonó a ellos. En México existen poco más de 28 millones de mexicanos en rezago educativo, no lo hicieron sólo por flojos o falta de interés. En un país en el que las posibilidades de caer en la informalidad económica aumentan hasta 40% si no tienes bachillerato, no tener escuela te cancela otras posibilidades para vivir mejor: si no tengo escuela y caigo en la informalidad, no tengo seguro, no cuento con prestaciones para la vivienda, me pagan menos, etc. En pocas palabras, estoy al amparo de mí mismo; no existe el Estado.

Tenemos en las escuelas el mejor antídoto para regresar la esperanza a esas familias que la perdieron hace tiempo, y que no encuentran otra vía que las armas para seguir adelante, en el crimen organizado para vivir “a toda madre”, aunque se poquito. Imposible resignarnos a esta podredumbre.

Que así sea.

juanalfonso@uas.edu.mx
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