Teresa Cabrera

Como mujeres estamos listas para enfrentar todos los retos y proyectos que tenemos frente a nosotras. Soy consciente de que permanecen desafíos que dificultan el pleno potencial que podemos alcanzar. Por ello, me resulta inevitable pensar y cuestionar qué es lo que nos ha impedido desplegar todo ese potencial.

¿Por qué considero que ya estamos listas?

Existen dos razones principales:

La primera, somos hijas y nietas de quienes lucharon para que la siguiente generación tuviera más derechos, más garantías y más libertades y, ahora existen ordenamientos normativos que nos han permitido incursionar en terrenos en donde, probablemente, nuestras abuelas o bisabuelas o, incluso, nuestras madres, no pudieron.

En México, fue hasta 2006 que tuvimos una Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres. Así, se formaliza la lucha contra la discriminación y a favor de la igualdad de género y, por ende, provee a la mujer mexicana un marco propicio para poder desarrollarse con seguridad.

La segunda razón es porque tengo la firme convicción de que una mujer es naturalmente una líder. Es decir, ya cuenta con los atributos necesarios para sobresalir ante los desafíos, saber cómo superarlos y ser resiliente. Esto es algo que las mujeres suelen hacer de forma natural. Estas creencias no surgen a partir de reflexiones abstractas, sino que se basan en datos concretos.

En su informe sobre la gestión empresarial de 2019, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), reveló que el 57% de las empresas que participaron en iniciativas a favor de la diversidad de género contribuyeron a una mejora del rendimiento empresarial y en tres cuartas partes de las empresas que promovieron a las mujeres en cargos directivos, se obtuvo un aumento de beneficios del 5% al 20%.

¿Qué nos ha impedido avanzar más?

Sería falso afirmar que el panorama es totalmente positivo para las mujeres en el mundo y en México; o que se ha alcanzado el mejor escenario posible. Hay obstáculos cuantiosos, como los feminicidios, la violencia doméstica hacia mujeres y niñas, la desigualdad salarial, y la violencia simbólica que no contribuyen al progreso. Pero, detallaré tres importantes.

Primera Frontera: el plano personal

Inicio haciendo referencia al síndrome del impostor. Se ha denominado así a aquel sentimiento o sensación que nos impide asimilar y reconocer nuestros propios logros. No es algo que sólo manifiestan las mujeres, pero he podido observar cómo en ellas suele ser algo que las frena. Conozco a mujeres con formación académica de excelencia y desarrollo profesional de primera que subestiman sus logros. La especialista en relaciones corporativas Maribel Quiroga apunta muy bien a que, aunque este síndrome existe y está documentado, es importante reconocer cuando las propias inseguridades pueden propiciar un auto boicot, y que la norma de que las mujeres deben ser modestas es falsa.

Segunda Frontera: el plano social

En la convivencia social existen barreras impuestas o autoimpuestas por las tradiciones o la cultura. La sororidad entre mujeres es uno de ellos y debe ser un principio que guíe un impulso colectivo en el ejercicio y denuncia de derechos. La sororidad es más importante que nunca, pues denota la solidaridad y reconoce las similitudes del género en respeto a las diferencias individuales.

Otro punto, que suele replicarse en los espacios sociales, familiares y de trabajo, son las llamadas micro agresiones. Estas suelen darse bajo forma de preguntas, comentarios o acciones, a veces conscientes y otras más de manera inconsciente, que tienen un efecto en contra de la dignidad y confianza de las personas.

Tercera Frontera: el sistema estructural

En el plano sistémico englobo al sector privado como el público, así como en las instituciones, las leyes y las políticas públicas.

México es el país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con más baja participación laboral y, tan solo en 2019, se encontraba debajo de la tasa de incorporación de otros países de América Latina. También, de acuerdo con un análisis de la Friedrich-Ebert-Stiftung, en México las mujeres enfrentan más problemas laborales que en el resto del mundo. Sin embargo, tienen la carga adicional de otros más graves: alta concentración e inequidad, debilidad institucional y políticas públicas insuficientes.

Adicionalmente, citando el estudio de la OCDE “U na batalla cuesta arriba”, sólo 44% de las mujeres mexicanas en edad de trabajar están empleadas, siendo la segunda tasa más baja de todos los países pertenecientes a esta organización.

En 2022, el Banco Mundial reportó que las mujeres a nivel global sólo tienen tres cuartas partes de los derechos legales otorgados y garantizados a los hombres. Lo anterior no sólo tiene implicaciones en las leyes per se pues está comprobado que las reformas legales que buscan la equidad de género derivan en empoderamiento económico de las mujeres y éste, a su vez, beneficia a la economía en su conjunto.

No obstante, se han visto progresos importantes. En marzo de 2022, la Cámara de Senadores aprobó por unanimidad una serie de reformas legales para hacer valer el derecho a la igualdad de remuneración entre hombres y mujeres por un mismo trabajo, denominado “igualdad salarial”.

También, está comprobado que, suelen ser las mujeres en quienes recaen las responsabilidades domésticas y si esta situación no es tomada en cuenta en futuras reformas en paridad de género, no podemos esperar que las mujeres avancen aún más, aunque estén listas.

Finalmente, la última consideración en esta reflexión de por qué, si estamos listas, no hemos llegado más alto, es que ya sea en el sector privado o en el público, aún no toma fuerza la convicción, y consecuente puesta en práctica, de que la igualdad de género tiene ventajas visibles y contribuye al fortalecimiento de las organizaciones.

Las mujeres históricamente sí hemos estado en desventaja, pero, de aquí para adelante, es el trabajo, el talento y el esfuerzo, los que permitirán desdibujar esa desigualdad y puede que el mundo aún no esté listo, pero las mujeres sí lo estamos.

Citando a la Vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, recordemos lo que dijo en su discurso de aceptación “podrá ser la primera mujer en tener este cargo, pero no seré la última”. Esta poderosa frase debe reflejarse en las vidas de todas aquellas que pudimos llegar a un puesto gracias al trabajo arduo y debemos aspirar a que otras mujeres lleguen a donde estamos y rompan otros paradigmas.

*Teresa Cabrera: es Directora Corporativa Jurídico, Cumplimiento y Enlaces Normativos de Grupo Coppel.

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